lunes, 22 de diciembre de 2008

Sí Señor, acepto que soy gay.
Decirle Sí a Dios, no siempre es algo fácil. Todo lo contrario, puede ser la tarea de toda una vida. Se trata de aceptarse a uno mismo, con sus vasallajes humanos y sus realezas divinas, con sus alturas cercanas al Cielo y sus planicies desérticas, de aceptar lo que uno tiene, aceptar a los demás y lo que tienen los demás.Aceptar es una cosa muy distinta que resignarse. La resignación sí es una palabra horripilante, porque me suena a descrédito, queja y malestar del alma por no tener la vida que se desea. En cambio, la aceptación es una forma sana, viable y hasta alegre, de reconocer todo lo bueno y lo malo que tenemos. Es encontrar siempre el saldo positivo luego de hacer el balance general de nuestra vida.
Es admitir que Dios tiene una afable pero a la vez, eficaz intervención en nuestra vida, a tal punto que nos pregunta delicadamente si aceptamos o no la vida que nos da, las circunstancias y demás particularidades que no son objeto de cambio.Y lo que es más importante, lo trascendental de todo este misterio: es entender que aceptando mi vida, también estoy concibiendo que formo parte de un plan universal, completo, perfecto e insondable que muchas veces no comprendo y no comprenderé; pero que por Fe, entiendo que se está realizando conmigo, gracias a mí y a través de mí.Hablaré de mi vida, que es lo que suelo hacer. Una gran parte de ella, recónditamente y temblando a solas, no acepté lo que yo en verdad era. Yo mismo me mentía con mil remolinos racionales y empleaba mil recursos para negar mi homosexualidad.Pero un día, dejé de eludirme.


Me despertó un ángel invisible y otras decenas de mensajeros, quienes, con mil palabras y gestos, me hicieron saber que Dios quería algo de mí. Así, hablé cara a cara con Dios. Y acepté algo difícil que me anunciaba: decir la verdad, acepté algo desafiante como el dar la cara y algo comprometido como el enfrentar prejuicios y criterios.


Pero desde la intimidad de mi ser, eso era lo que El me pedía.Modestamente acepté. Debo decir que muchas cosas cambiaron para bien alrededor mío. Muchas habitaciones oscuras pasaron a ser iluminadas y muy bien ventiladas. Pero esencialmente, por alguna razón indescriptible, a partir de ese día distingo que también estoy cumpliendo con una parte de un plan superior, con establecer puentes entre costas que no se conocen. Desmitificando, desdramatizando, des-satanizando, liberando la condición de gay de muchos hombres y mujeres hermanos. Y por qué no decirlo, integrando la homosexualidad al Reino de Dios, aunque se moleste y resista el cuestionado de la iglesia, quienes como miembros hiper-conservadores, señaló que somos algo así como unos desatinos del Reino.Humildemente, con ánimo de oración le digo: «He aquí el esclavo del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y como suave respuesta, afinada a mis oídos, escucho «...porque ninguna cosa es imposible para Dios.» (Lucas 1)

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